26.4.07

las partículas elementales

La primera vez que oí mentar a Houellebecq fue en un artículo sobre Roberto Bolaño escrito por un periodista chileno que parecía conocer muy bien su obra. En éste, se decía que en la reunión que le otorgó al autor de "2666" el premio Herralde de novela, el querido infrarrealista no solo se burló del pelo de Ricardo Piglia sino que comentó largamente la obra de Michel Houellebecq. Me entró el bicho de la curiosidad y me dediqué a buscar en la red algunas referencias, siendo así como topé con unos poemas magníficos, además de algunos textos publicados en un libro llamado "El mundo como supermercado", donde se encarga de subrayar los valores que a su jucio rigen el mundo moderno: el culto al yo, al placer, al sentido del humor, así como la trivialización de todos los asuntos de la vida.

Para los que vivan en la ciudad de Bogotá, les será conocida la biblioteca pública Virgilio Barco. Les cuento que fue allí dondé encontré sin buscarlo "Las partículas elementales", el cual me dejó atrapado desde las primeras líneas. Ahora que lo he terminado, me atrevo a formar palabras que traten de reconstruir la fuerte impresión que ha dejado en mí esta lectura.
Houellebecq sería un perfecto shandy: funciona como una excelente máquina soltera, su obra cabe en un maletín, se le nota un gran desprecio por la muerte, goza de una sexualidad extrema, es de un nomadismo infatigable. Lo digo sin caer en el facilismo de subsumir una obra en otra. Apenas quiero recordar que al leerlo, de inmediato lo situé en un lugar bastante alejado de los lugares comunes en literatura.

Dejando a un lado las pretensiones de incluirlo dentro de los autores efectistas o escandalosos, puede decirse que la lucidez con que describe los patrones de la sociedad contemporánea es abrumador. La sexualidad permea todo el libro, es cierto, pero también hacen su entrada la filosofía, la genética, la biología molecular. Lleva a cabo una descripción del deseo y de sus efectos que no se veía (creo yo) desde las vanguardias de inicios del XX. Su estilo es pausado e intenso, su experiencia es prolífica, su esperanza no se deja menoscabar por la creciente conciencia del vacío. Afirma que la filosofía del futuro será científica, que ninguna sociedad sobrevivirá sin una religión basada en la inteligencia y el diálogo.

Lo mas intenso de la novela, aparte de esas crudas frases en las que expone la vida a una luz violenta, sin matices, es la larga disertación del epílogo sobre la clonación humana. Nos habla de las posibilidades de eliminar la subjetividad, la conciencia del yo, el egoísmo, fuentes de infelicidad y odio, a través del control natal. Despoja la sexualidad de sus fines reproductivo y narcicista, haciendo prevalecer el principio de placer. Un placer, por supuesto, que respete los límites del placer ajeno.

Quizá soy injusto con la obra, quizá digo demasiado o muy poco. Libros así siempre se le escapan al juicio. Mas que una crítica, esto es un ejercicio de admiración.

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