30.5.07

Las 15 vitales

1. te, cafe, chocolate?
2. cine o arrunche con palomitas?
3. tenis o zapatos?
4. comedia, tragedia, melodrama?
5. barroca, blues, electro?
6. mondrian o kandinsky?
7. mejor década del XX?
8. mejor siglo de la historia?
9. perros o gatos?
10. palabra favorita?
11. pasos cortos o grandes zancadas?
12. morralito, mochila, bolso?
13. makeup or natural?
14. agua fría o caliente?
15. viajar o echar raíces?

28.5.07

Carta a un amigo en el exilio

Y bueno viejo, preguntas por el resto de la historia, por lo sucedido en estos años de universidad, por mis ires y venires en medio de tanta incertidumbre y tanto deseo insatisfecho. Me preguntas por Colombia, el país que quiso exiliarte cuando quisiste hablar de frente, tu país ahora tan lejano en la distancia y en el tiempo. Debo decir que me halaga y me sonroja a un tiempo tu confianza en mi escaso criterio, en mi vista tan corta. Y es que cuando digo “Colombia” tengo un sobresalto, me entran ganas de entonar el himno y abrazar la bandera en un frenesí nacionalista, pero me contengo, trato de conjurar los peligros del fanatismo. El testimonio que puedo darte viene dictado más por la curiosidad que por la inteligencia, más por la intuición que por el análisis. Aquí te va, amigo mío, el resto de la fábula:

El once de septiembre de 2001 a las nueve de la mañana estaba en suelo americano, pidiendo visa como muchos. Alguien informó que habían volado el World Trade Center. Pocos lo creímos pero creo que ninguno alcanzó a ver lo que vendría después. Lo único que vimos en toda la mañana fue una nube de funcionarios detrás de las ventanillas que corrían de un lado a otro, desesperados, pensando en todo menos en nosotros, pobres parroquianos que queríamos visitar un país que estaba siendo atacado por terroristas.

Ya cursaba yo primer año de derecho, nervioso y esperanzado como todo advenedizo. El primer año de universidad es crucial para cualquiera. Ahora me digo que no deberían recibir menores de, qué se yo, dieciocho años, porque resulta para los chicos ser una fragua de vivencias brutales, autodestructivas, absolutamente innecesarias. Es posible que una gran población estudiantil se haya salvado de la bohemia y del juego, pero muchos de nosotros quedamos marcados y agotados de tanto andar las calles en busca de lo que no se había perdido. Y pocos de nosotros recordamos lo que en realidad sucedió en aquellos años.

A pesar de la filosofía y la historia, las leyes no son para un tipo de letras. Hay un lenguaje meramente prescriptivo, que no permite el vuelo de la imaginación, que reduce el ámbito creativo. Sumado a esto, el enfrentamiento con una realidad que sobrepasa por mucho el papel es francamente abrumador. Indignados, seguimos leyendo tanta letra muerta, más en aras de obtener una nota que de aprender a conciencia. Eso lo primero. Por otro lado, casi no hay modelos a seguir, mentores de vida. Los docentes parecen a gusto en su concepción de la educación como negocio, muchos de ellos ni se toman el trabajo de reevaluar paradigmas, incapaces de salir de la concepción medieval que fundó las academias. Demasiado miedo en el aprendizaje, demasiado culto a la memoria. Empezaba ya a olvidar que aprender era algo encantador pues ahora estaba obligado a aprender por un contrato. Oneroso, por lo demás.

Pues sí, el asunto se fue especializando. Una vez asumido el papel del abogado miras a los demás de otra forma. Cuando no son pueblo llano, son competencia. El conocimiento empieza a envilecer un poco cuando está recién adquirido, cuando no se ha puesto a prueba. De esta forma, la competencia se fue apoderando de todos nosotros, los antaño amigos ahora eran rivales, los profesores te trataban de colega. Era algo conmovedor pero en el fondo vacío. Algunos quisimos desertar, pero qué va, no íbamos a perder la plata y el tiempo. Además, en otros frentes debía ser lo mismo: el egoísmo, la ambición, la frivolidad. Nada de eso iba a cambiar. Entonces seguimos. Tuvimos que atenuarlo con días familiares, jornadas de cine y libros de mesa, para no ser absorbidos por la mano invisible del mercado, que desde ya empezaba a hacer mella en nosotros.

Vino el cuarto año, y creo ahí empecé a tomar conciencia. La elección de la carrera era de tipo pragmático, sin dudas. Una vez emancipado del seno familiar podría dedicarme a lo que fuera, siempre que no fuera devorado por un oscuro mundo burocrático, siempre que permaneciera fiel a mí mismo. Supe que las competencias adquiridas a fuerza de lecturas y diálogos más que interesantes, tenían que ver con una mejor forma de hablar, de escribir, de darme a entender. Me parecía además que de tanta curiosidad histórica o filosófica, tenía siempre razones más hondas que mis compañeros para decir lo que estaba diciendo. Situarme en Colombia, siglo XXI, fue reconocerme sujeto temporal e histórico, determinado de forma inexorable por las circunstancias. Con algunos trabajos menores, supe lo que en realidad son los derechos fundamentales. No son en absoluto la libertad, la dignidad, la igualdad, los gritos de los franceses. No, ¿para qué eso si no tengo qué comer, qué vestir o en dónde educarme? Si a mí me dicen que nací libre, que nací digno, pues no tengo nada por qué luchar, la vida pierde sentido. Esas son cosas que se ganan luchando, viejo, y eso nadie lo va a cambiar. Los derechos sociales, lo que atañe a toda la comunidad, las verdaderas necesidades, son lo fundamental en cualquier parte del mundo.

Empieza el último año. El círculo de amigos ya se había definido. Pocos pero ciertos. Ya sabía que el derecho era el sacrificio de la libertad en aras de la seguridad común, que era el único recurso que la Razón humana había concebido para frenar la hostilidad. Todo, por supuesto, permeado por el más turbio interés económico. Consciente de todo esto, me olvidé de todo lo que no fuera formación profesional, dedicándome a la academia de tiempo completo, forjando las competencias necesarias para salir a la vida, el verdadero ring de boxeo. Ya estaba bien de tanto manotear a solas en la oscuridad, hacía falta salir al mundo y probarse un poco. Me hizo bien reconciliarme con mis elecciones, con mi libre albedrío. Ahora quiero seguir trabajando en derechos humanos, teoría y práctica, a ver si puedo convencerme y convencer a otros que la paz es posible, que no estamos tan mal como para dejar todo en manos de la guerra.

De Colombia puedo decir varias cosas, pero trataré de ser breve. Colombia es mujer, sin dudas, eso es lo primero que hay que saber. Tiene muchas riquezas, muchos poderosos la cortejan, y no siempre con buenas intenciones. En mis primeros días, Colombia era como una madre, un seno siempre cálido, un abrazo que significaba perdón y esperanza. Y era tan grande Colombia, tan inabarcable, que por mucho viajar a sus rincones siempre parecía desconocida, misteriosa. Todos los rumores que escuchaba sobre los tipos con los que dormía, las corruptelas, los oscuros pactos que maquinaba, me parecían eso, simples rumores. Nunca dudé de su integridad ni de su pureza. Después Colombia fue mujer, una mujer guapísima y encantadora, con todos sus colores al sol, con sus aromas, con sus errores y sus aciertos pero siempre mujer sensual, promesa de lo fecundo. Riquísima y digna de ser protegida. Quería enamorarla y que ella se enamorara de mí, crecer juntos, ver cada uno de sus cambios, sufrir sus derrotas, celebrar sus triunfos. La quería ver libre, viva, contenta. Y bueno, me habría gustado quedarme allí, en ese sueño romántico, en esa plácida adormidera. Pero mi querida Colombia me ha golpeado no tan dulcemente, me ha mancillado con sus traiciones. Ahora la veo mujer fácil, que no lucha para conseguir lo suyo, que gusta de quedarse en casa viendo novelas o noticieros, que espera que la mantengan. Y no solo eso, que goza cuando el hombre la violenta, es más, lo llama pidiendo violencia. No importa tanto que el marido se llame Estados Unidos o como sea, lo que importa y preocupa es que parece necesitar de la sumisión, parece incapaz de crecer por sí misma. ¿Por qué?, me pregunto, nos preguntamos. ¿No está ya muy mayorcita para estar bajo la orla de sus verdugos? Me rehúso, nos rehusamos a creer que prefiera empuñar un arma a empuñar un libro.

El orgullo de Colombia es infundado, frívolo, putón y pacato.
He ahí un mal daguerrotipo de tu país y de tu querido amigo,

M. Valdemar

20.5.07

Don´t come knocking, de Wim Wenders

Color, mucho color. Amarillo, sobre todo y rojo. Una amplia gama de colores. Una apuesta por la experiencia velada, por la historia oculta. Poco diálogo, y aún así, cada ser tiene su razón de ser en el filme, tiene su historia. Un poco parodia y homenaje a los westerns, parece buscar el fin de la impostura. Es dura, cínica, divertida. De una melancolía absurda. Confirma el hecho del cine como confesión, como expiación de culpas. Hay más realidad allí que en ciertas pretensiones realistas. Un viejo actor cansado de andar, buscando establecerse, recuperar su familia. Una camarera sencilla, alegre, solitaria. Un músico en plena carrera destructiva, o mejor, creativa. Una chica dulce y honesta, alimentando sueños y palomas. Un oscuro funcionario desencantado del mundo. Personajes así pueblan un mismo pueblo en la historia de Wenders...

Nota: podría quedarme viendo a Sarah Polley durante horas.

17.5.07

P.S.

Hay otras formas hablar, de sentir. Esta sonrisa, este grave entusiasmo, son solo el producto de conjugar el amor y la violencia, nunca excluyentes. Demasiada información, demasiada lectura. Momentos tensos. Desdén por la fantasía. Y una fe en el arte, exenta de pureza.

15.5.07

Dear Mr. Bush

No se cómo no había leído esto.
Aunque un poco tarde, aquí el recibimiento de Harold Pinter a Bush cuando arribó a Inglaterra:

Dear President Bush,

I'm sure you'll be having a nice little tea party with your fellow war criminal, Tony Blair. Please wash the cucumber sandwiches down with a glass of blood, with my compliments.

Harold Pinter

Otras cartas en
http://www.guardian.co.uk/usa/story/0,,1087591,00.html

8.5.07

politics is the business of...

No sé, es terrible todo esto. A ustedes también les sucede, lo sé.
Está uno entre cobijas, leyendo a Miller, con algo barroco en el aire, y alguien prende la tele. Y lo ves todo. La guerra tan lejana, tan ficticia, tan no nuestra, metida en las paredes de la caja de rayos catódicos, con el pie de página cordial, idiota, lleno de eufemismos que va soltando un presentador hipócrita y para colmo, impecable.

Vale, decimos, la capa se ha puesto dura, ya no afectan esas vainas, se sabe que estamos en guerra. Además, todo el tiempo ha sido igual, ya no pasa nada. César mató tantos, Hitler mató tantos, Mao, Musolini, Robespierre... Mierda, me digo, aquí los paracos han desaparecido más de 30 mil, y entre todos los armados, han desplazado a más de 3 millones de personas, cifra solo superada por Sudán. Ahora cortamos la gente a pedacitos para más comodidad y menos trabajo. Ahora vamos a la ONU, al congreso gringo y nos gritan paramilitares. Y decimos que afuera no saben lo que pasa aquí, que los europeos qué van a saber si no tienen hambre, que ya se puede viajar por Colombia así sea con 20 mil policías en la carrtera, que el predidente hace lo suyo pero nadie lo apoya, nadie lo entiende. Si uno ve el país desde afuera, queda francamante indignado. Y lo peor, desde adentro no tanto. Nos hemos vuelto impermeables a la guerra propia y sensibles a la ajena. Protestamos por Iraq, Palestina, Ruanda, porque duele más, es más guerra que el Aro, Bojayá, Mapiripán, Caldono, Segovia, Ciénaga.

Pero esto ya lo saben. Hablarlo en público puede revelar neurosis, mamertismo, provocar comentarios irónicos o condescendientes. Al final, todo se resuelve en trivialidades. Resulta igual hablar de Bush, de Heidi Klum, de Gus Van Sant, de Google, de budismo sufi, de un artículo de Vogue, del parcial de mañana, que de los miles de millones de muertos que se suceden día a día y que están tan lejos de nuestras cobijas, nuestros cigarros, nuestro librito de Henry Miller.

Corríjanme si me equivoco. ¿Es Dostoievski el que afirma que todo ser humano es responsable por TODO y frente a TODOS? Bueno, igual da. Alguien lo dijo. Ahora, ¿cuál es la medida de nuestra responsabilidad? Yo diría que está en proporción con el poder que tenemos entre manos. Porque claro, yo no respondo igual que Paul Wolfovitz, Ariel Sharon o Miguel Urrutia. Pero igual respondo. Por todo y frente a todos. Así que invito a todo el mundo a exigir de mí responsabilidad frente a la muerte, frente al hambre, frente a todo.

La caridad es la llave, dirá Rimbaud.
Hay que bautizar el mundo con fuego, dirá Judas. O Jesús.

¿Qué hacer?

Aquí unas reflexiones para empezar:

- El hecho de adquirir conciencia no significa andar bravo o deprimido.
- La revolución no es un estamento mediático ni un artilugio estético.
- La protesta, la papa explosiva y el megáfono pasaron a la historia. Con un saldo negro.
- Mirar alrededor. Arreglar primero la casa, después el resto.
- Saber que esto es Colombia, año 2007. No Londres, 1848. O Seattle, 1997.
- Tratar a otros de manera ética y democrática es ya bastante política.
- Combinar realidad y ficción es aconsejable a la hora de leer.
- Despersonalizar el asunto. Los demás son personas, no símbolos de izquierda o derecha.
- Entender de una vez por todas que la violencia no acaba la violencia. Solo agranda su esfera de aplicación.
- Conocer las causas, siempre las causas.
- Pensar colectivamente, por Dios, y no solo en sí mismo.
- Generar relaciones profundas. Evitar eso de conocer a todo el mundo y a nadie.
- Mucho cuidado al hablar de libre cambio o de posmodernismo.
- Coger a todos los que dicen ser "burguesía decadente, artística" y abofetearlos con fuerza. Después darles un abrazo.
- Escuchar atentamente. Debatir o rebatir cada palabra. Ojo, no se olvide el primer punto.

Y bien, yo sé que hay gente que escucha, que está escuchando.
A pesar de que estamos distraídos por cantidad de cosas. Algunas importantes como el trabajo, la familia, los amigos, la supervivencia diaria. Y otras decididamente estúpidas como la tele, el fútbol, la cerveza, los culos, las tetas, las bandas de punk, los videojuegos, el brillo del pelo, etc, etc. Hay que fijarse un poco y no consumir tanto esa mierdita ideológica vestida de rosa.

1.5.07

louveciennes' memories

"Richard Osborn es abogado. Hubo que consultarle respecto a los derechos de autor de mi libro sobre D.H. Lawrence. Quiere ser bohemio y, al propio tiempo, abogado de una firma importante. Le gusta abandonar su despacho con la cartera llena e irse a Montparnasse. Invita a todo el mundo a cenar y a beber. Cuando está borracho se pone a hablar de la novela que piensa escribir. Apenas si duerme y a la mañana siguiente llega a la oficina con el traje arrugado y lleno de manchas. Entonces, como para evitar que la gente se dé cuenta de ello, habla más y con mayor brillantez que nunca, no dejando que sus oyentes le interrumpan o le repliquen, de modo que todos dicen: "Richard está perdiendo sus clientes. No puede dejar de hablar". Es como un trapecista incapaz de mirar al público cuando está arriba. Si mira abajo, se cae. Richard caerá en algún lugar situado entre su oficina y Montparnasse. Nadie sabrá dónde ir a buscarlo, pues él oculta a todo el mundo sus dos caras".

Anais, me has cogido.

gatos novelistas

Extraño fin de semana. El viernes estuve a punto de pegarme un tiro cuando después de cuatro cervezas, me despedí de Carlos en un parque cercano a la universidad. Me sentí realmente mal, amigos, pues tuve la sensación de estar terminando carrera con un saldo negativo. Y me preguntaba ¿qué queda después de cinco años de andanzas y aprendizajes? Pues hombre, me dije, experiencias, lecturas, amores fallidos. Un ciclo que se cierra. Y bien, lo que no entendía entonces (y creo que ahora tampoco) es que cerrar un período de vida o cualquier cosa implica anudar los extremos del lazo, o sea, desembocar irremediablemente en el principio de todo. De nuevo me ví empezando universidad, con la ansiedad primípara, abriendo bien los ojos para tratar de ver un camino estable, algo que sirva y satisfaga y no duela tanto.

Camine entonces hasta mi casa, tenía ganas de caminar, que está como a media hora y la sensación de desamparo fue en aumento, por lo que llegué adormir inmediatamente. Al despertarme a eso de la media noche, el dolor no desaparecía, por lo que traté de anular el pensamiento a fuerza de televisión. Mala decisión. Entregado al frenesí del zapping, duré despierto hasta muy tarde. Mas bien hasta muy temprano.

La mañana del sábado transcurrió en una especie de semisueño en la que buscaba entre mi agenda de teléfonos alguien con quien ir a la feria del libro. Muchas personas me habían dicho durante la semana "vamos, seguro, el sábado nos vemos allá", pero yo solo quería ir con Sasha o con Marco. O con ambos. Pero Sasha (después les digo quién es) tenía el celular apagado y Marco no apareció por ningún lado así que me decidí a ir solo. Después del baño y de un largo almuerzo en el que charlé con mi tía para no preocuparla, me llama a la casa una niña que poco veo y quiero bastante, Luisa, con el pretexto (?) de estar buscando material para estudiar un final que viene pronto. Entre una cosa y la otra, quedamos de vernos para ir a la feria. Perfecto, ya tenía con quien ir. Un poco tonto eso de no querer ir solo, debe ser una etapa de "handle with care", de futuro difuso, en las que uno quiere el diálogo o al menos la compañia de alguien que esté en las mismas. A eso de las cinco, mientras escuchaba a Vladdo hablar sobre cómo leer la ciudad, me llama y nos vemos en las banderas de Corferias. Todo marchó bastante bien. Vimos a Herralde mientras hablaba de Anagrama (nos aburrimos sin decirlo), caminamos por ahí con cigarros en la mano y nos topamos literalmente con Valentín, un arquitecto-literato-editor que estaba por allí en busca de las huellas de Bolaño. Y vimos a Juan Carlos Botero vestido a la última moda, además de una cantidad increíble de gente con gafas, converse y gabardinas.

A las nueve y media de la noche nos mirábamos de frente en un barcito hindú que queda por la Nacional y creo que había algo en el aire. Pero todo fué intelectual, siempre primaba un deseo de demostrar, de nunca abandonarse, de llenar el aire de palabras. Si no fuera por la risa, bendito maná, abríamos desarmado y armado el país entero sin habernos acercado un solo ápice. Hubo que dar el salto (un salto que fue apenas un avance imperceptible) cuando ya veía los ojos del barman desnudar la que ahora consideraba "mi chica". Rara cosa, porque aún sabiendo que es parte de mi pequeño círculo amistoso, nunca me había fijado en ella de esa forma, con ese afán de dulce posesión, con esas ganas de quién sabe qué venidas de quién sabe donde. En fin, fuimos los últimos en salir del bar, el dueño declinó una invitación a seguir bebiendo, de manera que rematamos en otro más pequeño, más oscuro, más acogedor.

Solo hizo falta una corta sesión de blues para que dejáramos de fingir que éramos personas completas, perfectamente satisfechos de estar solos, a gusto con nuestra soledad y en pleno cultivo de las mejores virtudes. Llegaron los recuerdos de relaciones pasadas como avalanchas, dejándonos un poco tristes, como cuando se muestran las fotos familiares o las cicatrices. Ella lo entendió todo, y supo disiparlo con un gesto de partida, mas bien de invitación a pasar la noche en arrunche, y así fué como nos cogió la madrugada en pleno vuelo, a bordo de un lascivo taxi y bajo la mirada inquieta del oscuro conductor.

Sexo, culpas venidas a menos. La tonta angustia se fue quedando afuera, parada en la lluvia de Bogotá, y yo reía con todo el cuerpo, feliz de estar feliz y de dormir acompañado de nuevo.

Domingo 8 a.m. Cinematográfico desayuno en una tienda con paredes de baño y casi llena de vapor. Absoluto silencio. En ese momento, le digo a Lú que se ve mejor sin maquillaje, que por qué usa siempre tacones. Y me sonríe sin decir nada, como si fueramos un viejo matrimonio. Llego a mi casa con cara de ponqué (el verano era largo) y me ven como bicho raro, como que un día llega a dormir sin hablar con nadie, y al otro, cagado de la risa queriendo cocinar y ver películas.

En la noche nos vemos de nuevo, esta vez en su casa. Todo ser vivo se mueve mucho mejor en su propio hábitat, en su ambiente natural. Su mamá es economista, fuma todo el tiempo, nunca para de hablar; su hermanita es de una fatuidad preciosa, como la mayoría de los adolescentes. Me muestra los libros, los regalos que le trajeron de Egipto, las lámparas de papel, los cientos de collares, las fotos (monumento al ego), la cara llena y satisfecha. Y yo me digo "coño, te está gustando en serio esta mujer" al frente del espejo, como si fuera Travolta en Pulp Fiction, y cuando salgo ella tiene café y pasteles y una gran sonrisa...

¿Les ha pasado alguna vez que se suben a un bus completamente excitados después de un adiós, con ganas de bajarse a las dos cuadras, sentarse en una banco de esquina y fumarse un cigarro? A mí me pasó en ese momento, pero supe disimular mi nueva cursilería, que juzgue insultante en medio de tantas caras cansadas y amargas. La ciudad se fue disolviendo en la noche, a través de la ventana, y ahora la seguridad volvía. Habían sido cinco años de desafíos, de apuestas altas, de error y acierto, una época en la que no solo se forjan las competencias concretas de un trabajo específico, sino que se aúnan las fuerzas de varias disciplinas, se entiende el carácter mercantil de toda institución, la mezquina importancia de "la rosca", la infinita vanidad del homo sapiens, la conciencia del fin de todas las cosas, sobre todo del fin de la niñez. Uno al final quiere la desescolarización del mundo, la supresión radical del concepto de "juventud", que a los siete años ya sepa uno que el mundo es una mierda muy violenta y muy hermosa y que eso es precisamente lo triste. Que sepa uno ya sin tantas guevonadas, sin tanta bohemia, que esto es un gran paraíso sangriento, una arena de gladiadores en la que pierde el que muere y vence el que mata...

Ya, ya, nos dejemos arrastrar a los potreros de lo sombrío.

En realidad quería hablar de un buen nombre para un gato novelista, pero ya ven, siempre llegan unas cosas y otras...