20.7.07

Una de esas escenas

Dejé el teléfono sobre la mesa. Quise buscar palabras mas comprendí al instante que era inútil tratar de explicarlo, de explicarnos. Un asunto que esquivaba los caminos de la lógica. A santo de qué ponernos cuadros y casillas. No iba a armar un final de novelón pero tampoco haría el hijo de puta. La miré a la cara. Hermosa, altiva, un soldadito de plomo. Tuve ganas de llorar, de reír. Todo el cansancio del mundo se acumuló en mi cuerpo. Un sol pálido nos bañaba las manos.

- Vas a abandonarme.
- Sí.
- Te vas de la ciudad.
- Un pueblo pequeño, cerca al mar.
- Ya, y el trabajo...
- Sí, todo está arreglado. Es una escuela pequeña, de curas, la paga es buena, casi dos mil. Tengo el piso listo. Adrien, ¿te acuerdas? Me quedo con ella mientras busco uno propio.
- Tu familia...
- Mi madre se queda por ahora, va a cuidar de Diego y de las plantas.
- ¿Y quién va a cuidar de ti?
- Puedo cuidarme sola.
- Estoy seguro. Eres fuerte. Fuerte y hermosa.

Por un momento sonrió y eso fue para mí el cielo. Durante ese ínfimo instante todo volvió a su lugar. Fuimos de nuevo el amor con libertades intactas, el cuidado de no enamorarnos. Fuimos el encuentro del placer y todas sus caras, la lógica saturada, el deseo nunca cumplido de instalarse en un presente perpetuo. Una sonrisa que era una triste complicidad, eso era lo que quedaba después de los años, un patético intento de recoger lo irreconocible, un último gesto del pez antes de ahogarse.

- Es inútil que...
- No, déjame hablar. Estoy seguro que tendrás una vida magnífica, estás hecha para el cambio. Serás la mujer estoica y sencilla, la dulce maestra. Todos te amarán, te pedirán consejo. Serás muy feliz y te sentirás muy sola. Leerás libros por montones, escribirás hermosas cartas. Alguna noche te sorprenderá el llanto y...
- Todo está listo. No hagas un drama, por favor.
- Por supuesto que no. Ya está todo dicho. Lo dejaste sobre la mesa. Hiciste bien, querida. Siempre dijimos que el adiós sería de frente y sin lágrimas. Así que puedo morirme aquí mientras te hablo pero no llorar, porque ambos supimos engañar al destino.
- Tu destino no es conmigo, entiende.
- Sí, sí que lo es. De lo contrario no me habrías dejado.
- No sabes por qué te dejo y eres lo bastante orgulloso para tragarte la pregunta.- Sé porqué me dejas.
- Muy bien, entonces puedo irme.
- Creo que sí.
- Adiós, Martín.
- ...

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