9.6.08

Una soledad demasiado ruidosa


Este libro de Bohumil Hrabal es, hasta ahora, el hallazgo del año. Lo encuentro aún más fascinante que Retrato del artista adolescente de James Joyce o 62/Modelo para Armar de Julio Cortázar. Por supuesto, salvadas las insalvables distancias. Cuenta la historia de un hombre entrados en años, a solas con sus pensamientos, sepultado en el sótano de una fabrica destructora de papel, en un callejón oscuro de Praga. El hombre se llama Hant’a y su trabajo es destruir libros y papeles viejos en una prensa mecánica, hacer con ellos enormes balas de papel comprimido, forradas en alambre para ser transportadas en vagones europeos con destino a otras fábricas, encargadas de convertir el material el papel nuevo. Hant’a dice que es culto “a pesar de sí mismo”, pues en cada pila de monstruoso papel encuentra siempre un libro que no merece la destrucción ni el olvido. Entonces lo lleva a su casa, lo lee con calma y delicia, y lo deja en estantes o en el suelo o en alguna parte en donde pueda encontrar espacio, pues a fuerza de amor por los libros, vive debajo de ellos, con dos toneladas de papel sobre su cabeza. El trabajo es a veces tedioso, el sótano es oscuro y hay ratas y moscas por todas partes, su jefe lo acosa con furia y nunca ve su trabajo terminado. Para refrescar su trabajo y su lectura, bebe litros enteros de cerveza al día, en el sótano o en alguna cervecería. No habla con nadie. O sí, habla con algunos: una mujer extraña llamada Maruja que parece tener pésima suerte, un profesor de filosofía que le da al viejo Hant’a una doble entidad, un par de gitanas del pueblo que van al sótano a ofrecerle su cuerpo a cambio de comida, un sacerdote desencantado cuya afición vital es la navegación aérea. Pero Hant’a está solo. Todos lo están en esta historia.

Prescindiendo del análisis literario propiamente dicho, voy a señalar algunos puntos clave en la novela. Primero, la reiteración de lugares, situaciones y descripciones, que se entrelazan en todos los capítulos para crear una obra intensa y compacta. Segundo, la fuerza de ciertas imágenes que, a fuerza de contraste, se imprimen en la memoria como un tatuaje. Y por último, el manejo (deliberado, creo) de símbolos o metáforas, que permite asociar lo narrado con otra narración que se va tejiendo mentalmente. Es este punto el que me mueve, el que me interesa, porque cuando Hrabal habla de trabajar en un sótano pienso el trabajo de escritor como el de un topo subterráneo, como dice Vila-Matas, y si además habla de trabajar en un sótano destruyendo papel pienso a la vez en el acto de destruir la propia obra como en el acto de discriminar ciertos textos a la hora de la lectura. Y si eso no fuera suficiente, habla de tomar cerveza para descansar del trabajo, sobre lo cual no hay que decir mayor cosa, pues todos conocemos la inclinación tan literaria a crearse un doble que no es un topo sino un hombre integro que puede pensar, decir y hacer lo que le plazca. Para mí, la obra completa es una alusión fortísima al proceso de la creación literaria, gestado desde siempre y hasta el final de los tiempos en una soledad demasiado ruidosa.

Sí, es claro que el oficio se sigue gestando en un “propio y húmedo infierno” y que la posibilidad de conjugar la vida y la escritura está reservada a unos pocos talentos. Valga al respecto la frase lapidaria de Roberto Bolaño:

“La idea central es que hay güeyes que escriben sobre la vida y güeyes que la viven. La idea central es que no se puede hacer las dos cosas al mismo tiempo sin terminar convertido en un pobre pendejo a medio camino entre ser y no ser, entre estar y no estar. La idea central es que o eres o te haces, no hay un punto intermedio.”

Coda: Al leer a Hrabal, dan ganas de visitar ciudades de nombres increíbles como Gdansk, Szczecin o Bubny.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Tu eres o te haces?...

Julian dijo...

Soy. Pero soy inacabado, imperfecto. Tengo que pulirme.

Mazo dijo...

Recomendado también "Yo que he servido al Rey de inglaterra" o "Trenes rigurosamente vigilados" de Hrabal