30.4.07

parís no se acaba nunca

El paso de la juventud a la adultez parece ser, según Vila-Matas, el tránsito paciente de una no muy elegante desesperación a un prudente egoísmo, para conquistar al fin una verdadera ironía.
Pero en últimas, ¿qué es esto de la ironía? ¿por qué Vila-Matas recalca tanto el carácter irónico de su obra? Yo diría, "salvando las insalvables distancias" como él mismo dice, que ese énfasis excesivo en la finalidad de la obra le resta fuerza aunque le sume en honestidad. Encuentro esa ironía como una mezcla a la vez de censura y de cariño, de un humor altivo, ahora matizado por el paso de los años y los libros.

Se trata de revisar los primeros días del proceso de creación, el despegue del nido familiar, lo que no deja de ser crítico, y por lo tanto fecundo para cualquiera. Los años de aprendizaje literario son tema a nunca agotar, pues nunca acabamos de seguir los pasos de escritores que se han hecho grandes a fuerza de constancia, alimentados de hambre, de fracasos, de esperanzas. Y resulta un poco extraño ver que los ahora autores de prestigio fueron alguna vez jóvenes obstinados, dubitativos, que paseaban por las calles de cualquier ciudad con la vanidad y el desparpajo de todo adolescente, tipos de ojos duros y solitarios, que sufrieron más de un revés en esa búsqueda de la palabra perfecta, de la novela acabada.

Cierto es que estamos en un lugar común cuando se ventila toda esa "educación sentimental" del artista joven que da sus primeros pasos en medio de una vida bohemia, exótica y decadente. Pero, ¿qué es el hombre sino la materia de su propia obra? En el caso de Vila-Matas, se trata de una radiografía de la angustia, todo envuelto en una ironía autorreferencial. Se trata del paso del tiempo, de la necesidad de vivir sin caer en la tentación de creerse más viejo o más joven de lo que en realidad se es. En este sentido es un poco ético el rollo, un poco pedagógico.

"París no se acaba nunca" es el título del último capítulo de "París era una fiesta" de Ernest Hemingway, autor de culto y guía espiritual para Vila-Matas. Solo que a diferencia de éste, que fue "muy pobre y muy feliz" en París, aquel dice que fue muy pobre y muy infeliz. Llega el joven poeta a su ciudad soñada con el deseo de forjar su propia obra, y un amigo le introduce al círculo de Marguerite Duras, que le arrienda una buhardilla en la rue Benoit, lugar por el que han pasado generaciones enteras de artistas, bohemios y militantes exiliados.

En París se convierte en situacionista, en patafísico, en oulibiano, sin tener la más mínima idea de que significa todo esto. Sigue los pasos de Hemingway, de Perec, de Fitzgerald, pero aprende a escribir con palabras propias. Un día le pide un consejo a su casera sobre cómo escribir y ésta le entrega una cuartilla con instrucciones para principiantes, de las cuales no entiende nada en absoluto. De forma lenta, paciente y dolorosa, aprende que el estilo tiene que ver con el uso de palabras vivas, salidas del interior; que el registro linguístico tiene que ver con la concordancia entre la atmósfera y el lenguaje; que la experiencia es como la parte del iceberg que nunca sale a flote. Sobre todo aprende que la poesía se parece mucho a la adocescencia, y que hacen falta años para poder reirse de uno mismo sin dejarse a la deriva.

Es cierto lo que dice Fresán: al leerlo dan ganas de escribir.

28.4.07

1. Cafetería de la facultad. Int. Día.

Sentados a una mesa en la mitad del recinto, los miembros de Korova Cineclub discuten los pormenores de la próxima proyección. JULIAN lleva anteojos de marco grueso, el pelo un poco en desorden, saco de lana de rombos, jeans. Es conciliador nato, por lo tanto, indeciso. Habla con amplios y afectados ademanes, con gestos excesivamente joviales. MARCELA se opone de manera alegre, enfática. Es la intelectual del grupo. De baja estatura, un poco gruesa, de ropaje bohemio. Pugna por la "alta cultura." Necesita de la ignorancia ajena para acentuar su inteligencia. La actitud de ADRIANA, también disidente, es irónica, silenciosa. Lleva el pelo corto, la frente alta, un gesto de dulce desprecio en la boca. A un lado de ellos y en completo silencio, CARLOS fuma un cigarro.

JULIAN- Muy bien. Que nos gusta el cine es evidente. Ahora, ¿por qué estamos aquí?
MARCELA- Se supone que vamos a organizar una serie de proyecciones, a establecer el funcionamiento del grupo, ¿no?, eso dijimos la vez pasada... ¿qué es lo que tenemos?
CARLOS- ¿Y qué vamos a tener? Uno no tiene nunca nada, no puede uno nunca estar seguro de lo que tiene, pues...
ADRIANA- Hasta ahora, nada. Pero no volvamos a reunirnos en bares, por favor. La gente allí se deprime o se embriaga o ambas cosas, y nos quedamos en cero. Lo único que quedó fijo fué la dirección, y eso después de muchos gin-tonic...
JULIAN- Ya sé, ya sé, me encargaron de ponerle orden a este asunto. ¿Saben?, lo bueno
de ser director es que a nadie puedes culpar del fracaso.
ADRIANA- Y sin inicio no hay triunfo ni fracaso. Vamos a ver, tenemos tres ciclos: Kubrick, Fellini, Woody Allen... los filmes propuestos son Barry Lyndon...
CARLOS- (ausente) Y, ¿por qué se llama esto Korova? ¿De dónde semejante idiotez?
ADRIANA- Si no te gusta, puedes ponerle cualquier nombre imbécil de los que propusiste el viernes, pero no sueñes en trabajar aquí...
JULIAN- Vení, apagá el cigarro, Carlitos.
CARLOS- No lo voy a apagar. Miren, el nombre es detestable, pero qué mas da, eso es lo de menos. Además, esto no debería tener jerarquías ni pasar por filtros institucionales. Proyectemos y ya está. Empezemos mañana. A ver, libre división del trabajo...
JULIAN- Yo vigilo que la heterarquía permanezca intacta.
CARLOS- Y yo soy el loco anarquista, la célula revolucionaria...
ADRIANA- (dirigiéndose a Marcela) ... Full Metal Jacket, la Naranja... ese día podrías hacer un buen intro, explicar el rollo del nombre... y traemos la novena de Beethoven para ambientar la charla.
MARCELA- Si quieres la quinta, y me pongo sombrero, botas y bastón.
ADRIANA- ¿Qué te pasa?
MARCELA- Nada, es solo que La Naranja es adolescente, trillada, vulgar...
ADRIANA- Y, ¿qué propones?
MARCELA- Bueno, no sé, lo que te había dicho, algo de calidad.
ADRIANA- Por última vez, no vamos a proyectar Cuchillo en el agua para la inauguración.
MARCELA- Yo solo decía...
JULIAN- Listo, está decidido. El profesor de ciencia política va a disecionar la obra moralmente,
Carlos fingirá ignorancia (lo que no será difícil) y hará muchas preguntas, metiendo un poco de línea, ya saben, lanzando unas puyas...
ADRIANA- Pero sí dijimos que esto era un colectivo despolitizado.
CARLOS- Adri, hasta ir al baño es hacer política...
JULIAN- Sí, las cagadas dolorosas son de derecha, las suaves...
Marcela y Adriana se levantan de la mesa, se alejan.
JULIAN- Niñas, ¿en qué quedamos? ¿Nos vemos en el bar?
CARLOS- Deja que se vayan. Te estaba contando: llego a la casa y encuentro a Marce nerviosa, hablando por teléfono, y...

26.4.07

No es fácil escribir cuando se está cerca de los cero grados y menos cuando se tiene una gripa bien acomodada entre pecho y espalda. Con todo, hay que acometer la empresa con arrojo. Me dispongo a proceder de una manera bretoniana, escritura de automatismo psíquico sin intermediación de la razón ni mucho menos pretensiones éticas o estéticas. Trataré, por lo tanto, de no pisotear el nombre de tantos alucinados dispuestos a conjugar imágenes disímiles y poderosas, tan solo para afirmar (vasta labor) el predominio del sueño y la paradoja. Empecemos, entonces.

Antes de subir al cuadrúpedo vehículo, la sonrisa rápida y nerviosa del que se sabe objeto del amor mas descarado. Pasos apresurados, asfalto, vuelta a las praderas, al humo negro, a una falda a cuadros sobre la cama, a unas botas bien puestas. En la esquina donde suelen tomarse fotografías los viejos y las palomas, donde orinan los perros y trabajan las putas, llegó la nostalgia, y con ella, un implacable silencio que quería minutos a celular y abrazos que fueran honestos. Al cerrar la puerta tras de mí, el deseo de una flor que no estuviera tan sola en la ciudad, que almorzara con sus amigas en algún café o estuviera en la cama de su amante viendo alguna película. Pero no, todo era azul y vasto, como un cielo desmembrado, con cabeza de gata y alambres de cristal. Muy bien, llegó la aurora, y allí chisporroteaban dos figuras negras, displicentes, que de mala gana aceptaron una copa en una caverna verde y penumbrosa. La mala facha solo era superada por ciertas miradas que juzgué indiscretas, y después, por el recuerdo animal de algún amor perdido. Las distancias se acortaron y la figura número uno se fué alejando mientras la dos se acercaba cada vez más, y tuve que hacer como si tal cosa, como si lo natural fuera el acercamiento, aunque este fuera de compás o de meteorito. El cataclismo se produjo unas horas después en la calle, recostados los dos a un muro que bien podría haber sido el muro de las lamentaciones si nuestras carcajadas no lo hubieran intimidado. Pero el muro rojo se mentía, pues si alguien debía temer era yo, tal vez la luz que chisporroteaba, pero nunca el muro, tan humilde y altivo y manchado de tiempo. Volvió la época en la que se escribían historias en la calle, y algún que otro chico andaba con su pistola a cuestas y el destino marcado. Época donde no sabíamos qué era el destino pues las ganas daban para todo, había unas ganas infintas de tomarse el mundo bogado, como se toma una cerveza si no hay plata o un jugo de guayaba en casa de alguna tía. Queríamos todo tan rápido y aún así llegó la calma con los años, y también llegó la constatación de no haber superado muchas cosas, entre ellas, la velocidad. Pero mejor que todo fue saber que al crecer sabíamos que teníamos razón, que el tiempo había forjado las certezas que la ingenuidad había perfilado. Entonces llegaron oscuras noches de luces artificiales, mujeres artificiales, paraísos artificiales, todo retrospectivamente, como si de repente la memoria azul roja violeta viniera a afirmarse en su aljibe de patio viejo, en su modesto caudal de trémulos rigores, de locuras moderadas. Curioso que haya explotado ese recuerdo allí, al lado de la pared roja y manchada, y curioso que hiciera explotar la luz chisporroteante, pues nunca habría imaginado que la luz me invadiría hasta devorarme. Después del big bang, fue perseguir una sombra en un camino de piedra, alerta a no ser asaltado por segovianos o mariposas o atracadores y enfrentar cara a cara el golpe que no se dio sino en un sueño que lo devolvió con renovado ímpetu. La ternura y el silencio se instalaron en esa especie de bosque incendiado que era el centro de la ciudad, y si alguna injuria hubo, esta fue recibida por mí como si de un objeto curioso se tratase. Lo traje a casa, lo acosté en mi cama con mis revistas y mis medicinas, y no dejó examinarse hasta muy entrada la noche, para que mis impresiones se fundieran en el sueño, y así poder tenerme, luz chisporroteante, en su poder hasta que llegara el alba. Mas no cantó ningún pájaro y ninguna doncella vino a anunciar la aurora. Todo ocurrió con monótona precisión, la cara en el espejo, el aura en desaliño, la vida desperdigada en el suelo de la habitación, un poco de frío, un poco de miedo, ganas de disfrazarse y no, ansiedad de futbolista antes de una final, de actor antes de casting, y con todo eso, la consabida lucecita encerrada en un botella lila de culo redondo, lista para salir de paseo y conocer a mis amigos...

las partículas elementales

La primera vez que oí mentar a Houellebecq fue en un artículo sobre Roberto Bolaño escrito por un periodista chileno que parecía conocer muy bien su obra. En éste, se decía que en la reunión que le otorgó al autor de "2666" el premio Herralde de novela, el querido infrarrealista no solo se burló del pelo de Ricardo Piglia sino que comentó largamente la obra de Michel Houellebecq. Me entró el bicho de la curiosidad y me dediqué a buscar en la red algunas referencias, siendo así como topé con unos poemas magníficos, además de algunos textos publicados en un libro llamado "El mundo como supermercado", donde se encarga de subrayar los valores que a su jucio rigen el mundo moderno: el culto al yo, al placer, al sentido del humor, así como la trivialización de todos los asuntos de la vida.

Para los que vivan en la ciudad de Bogotá, les será conocida la biblioteca pública Virgilio Barco. Les cuento que fue allí dondé encontré sin buscarlo "Las partículas elementales", el cual me dejó atrapado desde las primeras líneas. Ahora que lo he terminado, me atrevo a formar palabras que traten de reconstruir la fuerte impresión que ha dejado en mí esta lectura.
Houellebecq sería un perfecto shandy: funciona como una excelente máquina soltera, su obra cabe en un maletín, se le nota un gran desprecio por la muerte, goza de una sexualidad extrema, es de un nomadismo infatigable. Lo digo sin caer en el facilismo de subsumir una obra en otra. Apenas quiero recordar que al leerlo, de inmediato lo situé en un lugar bastante alejado de los lugares comunes en literatura.

Dejando a un lado las pretensiones de incluirlo dentro de los autores efectistas o escandalosos, puede decirse que la lucidez con que describe los patrones de la sociedad contemporánea es abrumador. La sexualidad permea todo el libro, es cierto, pero también hacen su entrada la filosofía, la genética, la biología molecular. Lleva a cabo una descripción del deseo y de sus efectos que no se veía (creo yo) desde las vanguardias de inicios del XX. Su estilo es pausado e intenso, su experiencia es prolífica, su esperanza no se deja menoscabar por la creciente conciencia del vacío. Afirma que la filosofía del futuro será científica, que ninguna sociedad sobrevivirá sin una religión basada en la inteligencia y el diálogo.

Lo mas intenso de la novela, aparte de esas crudas frases en las que expone la vida a una luz violenta, sin matices, es la larga disertación del epílogo sobre la clonación humana. Nos habla de las posibilidades de eliminar la subjetividad, la conciencia del yo, el egoísmo, fuentes de infelicidad y odio, a través del control natal. Despoja la sexualidad de sus fines reproductivo y narcicista, haciendo prevalecer el principio de placer. Un placer, por supuesto, que respete los límites del placer ajeno.

Quizá soy injusto con la obra, quizá digo demasiado o muy poco. Libros así siempre se le escapan al juicio. Mas que una crítica, esto es un ejercicio de admiración.

la mujer en la fila

La mujer más hermosa del mundo hace fila en el Carulla del Parkway. Lleva una chaqueta pequeña y jeans un poco caídos. Abre su bolso con un cuidado quizá excesivo, afectado. Paga con tarjeta un pan francés, galletas integrales, avena, protectores y cepillo de dientes. Está adelanto mío, yo me adelanto. Me mira con dulce desdén, sonríe, le sonrío. Levanta las cejas a modo de saludo, me encojo de hombros. Marca el número en el contador electrónico, cierra el bolso de nuevo, espera, yo la espero a ella. Compro maní y medicamentos, ella sale sin despedirse. Only beauty turns me on.

posible prolegómeno

posible prolegómeno

Carajo, ya empezó otro blog.
¿De qué hablaremos aquí?

Esto es un blog sobre nada, sobre literatura.
Y alguna que otra cosa como...

bolaño, sabina, caravaggio, houellebecq, eclipses, mandarinas, derivados lácteos, historias de redencion, calentamiento global, tao te king, vodka, dadaísmo, clavo-contra-clavo, teorías sobre el vacío, castillos de arena, volutas de humo, autogestión, making-of, decadencia, supervivencia, sexo, gin tonic, big bands, comercio salvaje, radiografías del deseo, lencería, cicatrices, desiertos, dinero, situacionismo, tangos, guerras, virtudes, demonios, revoluciones, ironías...

¿Pretencioso?